¿Por qué nos cuesta tanto tomar decisiones? A veces cuando tenemos que elegir sentimos que un precipicio se abre a nuestros pies, nos sentimos confusos y temerosos porque no sabemos a dónde nos conducirá ese nuevo sendero que escojamos para nuestro camino. Esto es normal en cierto modo, pero, sería un gran paso hacernos conscientes de que hagamos lo que hagamos, aunque por miedo nos decidamos a quedarnos estáticos sin hacer nada, estamos eligiendo. Lo que no hacemos puede afectar a nuestra vida en la misma medida que lo que hacemos, pero opino que tomar una decisión de forma consciente puede ser más útil, porque nosotros la sentiremos como nuestra, será fruto de nuestra propia motivación y reforzará nuestro sentido de responsabilidad sobre nuestra propia vida. Cuando sentimos que el miedo nos paraliza y optamos por no hacer nada, no creemos haber tomado una decisión y nos resistimos aun más a los resultados posteriores por pensar que vamos a la deriva y que no tenemos ningún poder sobre lo que nos ocurre.
Por regla general no acostumbramos a prestar ninguna atención a nuestra intuición, siendo ésta nuestra mejor guía. La intuición proviene del alma; de nuestra esencia y, por tanto, es ella la que nos alerta de la mejor forma posible. En cambio nos empeñamos en acallarla y sepultarla bajo una maraña de pensamientos enrevesados que provienen de nuestros temores. ¿Nunca habéis hecho una lista de pros y contras antes de tomar una decisión con el pretexto de ser más “objetivos” a la hora de elegir? Es difícil para nosotros llegar a comprender que nuestra razón suele estar constantemente bajo el influjo de nuestro estado emocional, de nuestros miedos, de nuestros recuerdos y de nuestras proyecciones de futuro. Solemos tener pensamientos congruentes con nuestros afectos y al mismo tiempo nuestros pensamientos influyen sobre nuestro sentir. Además de esto, cuando tenemos que tomar una decisión, nuestra mente suele buscar en su banco de datos, que suele estar repleto de experiencias pasadas almacenadas cuyo recuerdo también influye en cómo procesamos la situación y, por tanto, en el camino por el que finalmente optamos. Proyectamos también hacia delante, pensando cómo influirá esa elección en nuestra vida futura; rumiando cómo podría afectarnos su resultado. Visto así, es difícil que nuestra lógica sea realmente objetiva. La única manera de romper esta cadena cíclica de pensamientos y emociones es pararse a observar qué está pasando en nosotros (siempre sin la intención de emitir juicios de valor); y la vía directa para tomar una decisión sin complicarnos la vida es guiándonos por la intuición y esa elección siempre será la más adecuada para ti mismo, porque es la que sientes desde tu ser; desde lo más profundo y divino que hay en ti, libre de influencias, condicionamientos, temores o juicios; libre de pensamientos y emociones egóicas.
Si somos capaces de vencer nuestro miedo al cambio; a la transmutación inevitable que ha de producirse constantemente en nuestras vidas; si somos capaces de comprender que la vida no es estática sino que está en continua transformación; si logramos llegar a la aceptación del hecho de que estamos sujetos al cambio a lo largo de nuestro camino y entender que no existen decisiones “acertadas” ni “erróneas” en términos absolutos, conseguiremos meternos de lleno en el acto de vivir, dejar de lado nuestros temores y vivir confiados y tranquilos dejándonos guiar por nuestra esencia. Cada paso que demos nos aportará un nuevo aprendizaje y nos conducirá, por tanto, a una mayor consciencia si sabemos hacer buen uso de ello. Sabremos entonces que no existen “buenos” ni “malos” caminos ya que todos ellos conducen a alguna parte y de nosotros depende que ese lugar al que hemos llegado se transforme en algo provechoso para nosotros.
Somos los creadores de nuestras propias vidas y tenemos libertad de elección y esto, lejos de ser algo a lo que haya que temer, es un maravilloso regalo porque nos otorga la responsabilidad de vivir nuestra vida de la forma que nosotros elijamos. Aprovechémoslo.
Raquel García García.