La mayoría del tiempo no nos damos cuenta, pero nosotros somos nuestros mayores jueces y los que utilizamos las varas más duras para medirnos. Estamos constantemente comparándonos con otras personas y compitiendo, especialmente con nosotros mismos. Nuestro nivel de autoexigencia puede llegar a ser tan elevado, que no somos capaces de ver que las únicas expectativas que estamos intentando cumplir son las que ha creado nuestro ego…y ¿por qué ese nivel de exigencia?; ¿es que pensamos que seremos menos merecedores si no hacemos lo convenido en el tiempo estipulado; si no destacamos en el trabajo; si no somos los mejores padres o las mejores madres; si no aprobamos o sacamos la mejor nota en ese examen; si no somos los mejores en todo lo que creemos que debemos? Lo cierto, al menos tal y como yo lo siento, es que cumplir expectativas no te hará mejor ni peor persona. No serás más valioso ni más feliz por ganar más dinero, por trabajar más horas, por ser el que entrega el mejor trabajo…nada de eso incrementa ni decrece tu valía. Tú eres un ser y sólo por eso eres increíblemente valioso; tan valioso como cualquier otro ser. Tu origen; tu esencia, es divina, consigas lo que consigas en esta existencia. Tienes derecho a equivocarte, a cambiar de opinión, a decir que no y nada de esto será significativo para valorar tu esencia, porque pase lo que pase tú seguirás siendo luz.
Somos nosotros mismos los que sepultamos esa luz bajo las máscaras de nuestro ego, que en última instancia sólo desea sentirse amado y desarrolla estrategias defensivas que le llevan a querer demostrar su valía.
El elevado nivel de autoexigencia al que nos empeñamos en someternos sólo nos llevará al desequilibrio, a la autodecepción y al autocastigo. ¿Qué sientes cuando no eres capaz de cumplir tus propias expectativas? Lo que solemos experimentar cuando esto ocurre es decepción, frustración y hasta enfado con nosotros mismos. Nos autodespreciamos por no haber sido capaces de alcanzar las metas que nosotros mismos, la mayoría de veces de forma inconsciente, nos hemos puesto. Ni siquiera nos damos cuenta de que muchas veces, los objetivos que nos marcamos no son nada realistas y son fruto de nuestro miedo; de nuestro temor a no ser merecedores; a no ser amados; a que no nos aprecien ni nos reconozcan.
¿Quién es más duro con nosotros que nosotros mismos?; ¿estás dispuesto/a a seguir sintiéndote menos o poco merecedor/a sólo por no ser lo que tu ego considera “lo suficiente” para ser “aceptable”? ¿Qué tal si en lugar de fijar nuestra atención en metas externas autoimpuestas nos centramos en disfrutar del camino y en lo que éste puede aportarnos a cada paso?
La perfección es siempre algo subjetivo y nosotros, como seres humanos, somos perfectamente imperfectos. Cuanto antes asumamos y comprendamos lo maravilloso que hay en eso, más pronto aceptaremos nuestra propia naturaleza y aprenderemos a disfrutar de ella. Marcarse objetivos y esforzarse por conseguirlos es algo muy útil y puede ayudarnos en la autosuperación, pero conviene recordar que los alcancemos o no, nuestra valía seguirá siendo la misma y que no conseguirlos no significa que fracasemos como personas. No estamos aquí para llegar a ninguna meta, sino para aprender, disfrutar del camino y ser lo más felices que podamos.