La puerta de salida de las propias inseguridades.

dualidad“En el agua demasiado pura no crecen peces”.  Proverbio Zen.

A veces nos sentimos inseguros porque creemos estar muy alejados de ese equilibrio o incluso esa perfección que tanto ansiamos. Crece dentro de nosotros un miedo y, por tanto,  una aversión a mirar hacia dentro y observar nuestras sombras cara a cara y no comprendemos que mirarlas, atenderlas y aceptarlas es precisamente aquello que nos ayudará a trascenderlas.

La única forma de dejar marchar la inseguridad es aceptándose y amándose a uno mismo en toda su extensión y, por tanto, esa es la puerta de salida que habremos de buscar si de verdad deseamos estar en paz y equilibrio a pesar de las circunstancias. Nuestra mente es dual;  todos tenemos luces y sombras y uno no puede trascender aquello que no conoce. Trabajarse a uno mismo, conocerse, y aun así llegar a amarse y respetarse sin condiciones; el AMOR con mayúsculas, es lo que atraviesa los miedos y las inseguridades. Creo que cuando uno se inicia en este camino, descubre un sendero de por vida y que estamos en continuo aprendizaje y desarrollo. Uno no llega de repente un día y dice: “venga, ya soy un ser plenamente consciente y equilibrado”. La vida nos presenta constantemente giros y vueltas de tuerca causales, que no casuales, que nos invitan a adaptarnos y a seguir aprendiendo y, si observamos, atendemos y aprendemos, vamos vislumbrando poco a poco más momentos de luz; de despertar; de ese “darnos cuenta”, que nos resultan tan mágicos y que, aún pareciendo breves y fugaces, acaban significando un salto cuántico en nuestra evolución personal, porque se quedan instalados en nosotros y algo cambia. Y es así como vamos trascendiendo esos miedos y esas inseguridades.

No somos tan diferentes unos de otros, de hecho, todos provenimos del mismo lugar y somos uno en esencia; todos tenemos esas sombras y, a veces, las sobrevaloramos; les tenemos tanto miedo y tememos tanto mirarlas de frente que acabamos convirtiéndolas en nosotros y construyéndonos un disfraz; una máscara a modo de muralla defensiva para esconderlas y que nadie, ni siquiera nosotros mismos, tengamos que verlas.

Nuestra dualidad puede transformarse en una oportunidad de oro hacia una mayor consciencia si aprendemos a valorarla, aceptarla y amarla, porque sólo así llegaremos a trascenderla y transformarla.

Raquel García García

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Aceptar lo que es

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A menudo nos empeñamos en crear una vida perfecta donde no haya lugar para los errores pero esto en sí, ya es un «error». La perfección no existe y si la perseguimos, sólo conseguiremos darnos de bruces con la frustración por no haber cumplido nuestras expectativas. Además, si no cometiésemos los supuestos «errores» no tendríamos la ocasión de transformarlos en aprendizaje, por lo que estaríamos perdiéndonos grandes oportunidades para nuestro crecimiento ya que, como diría Paolo Coelho, “la vida siempre espera situaciones críticas para mostrar su lado brillante.»

Nos esforzamos muchísimo en llevar nuestra vida exactamente por donde nosotros queremos que vaya; insistimos en controlarlo todo para que nada pueda sorprendernos y ponernos a prueba. Nos cuesta muchísimo confiar en el proceso de la vida y fluir con él, cuando en realidad esa es la manera más directa de disfrutar la vida; fluir con ella y saber adaptarse al cambio. Nuestra rigidez sólo nos lleva a una constante lucha por resistirnos a lo que es intentando cambiarlo hacia lo que fue o nos gustaría que fuera. Esto no significa que hayamos de quedarnos estáticos en lugar de perseguir nuestros sueños o que no podamos aspirar a cambiar alguna de las partes de nuestro carácter que no nos hacen felices, pero sí entraña la aceptación de lo que es y de lo que somos, antes de emprender cualquier búsqueda o cambio. Hemos de saber que existe la posibilidad de que haya ciertos asuntos que, en determinadas circunstancias, no esté en nuestra mano cambiar para que sean como nosotros queremos y cuando esto ocurre, sólo aceptándolo y comprendiendo que, aunque no nos lo parezca en ese momento, todo lo que acontece en nuestras vidas acaba resultando ser para nuestro mayor bien, podremos estar en paz. Sólo desde la aceptación seremos capaces de deshacernos de lastres del pasado y comenzar de nuevo.

“Si cerráis la puerta a todos los errores, también la verdad se quedará fuera”, Rabindranath Tagore.

Aceptemos, fluyamos, confiemos.

Raquel García García

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Sobre la necesidad de demostrar nuestra valía.

zas-competencia-01«Las personas con alta autoestima no se sienten superiores a los demás; no buscan probar su valor comparándose con los demás. Disfrutan siendo quienes son, no siendo mejor que los demás». Nathaniel Branden

Solemos confundir competitividad, prepotencia, narcisismo, etc. con alta autoestima y es todo lo contrario. Las personas que necesitan sentirse mejores que otras, lo hacen precisamente porque necesitan demostrarse a sí mismos y a otros su valía y la única forma que encuentran es intentando estar por encima. Una persona segura de sí misma; una persona que se sienta merecedora por encima de las circunstancias y de sus logros personales, no necesita demostrarse o demostrar nada, porque se considera valiosa tal cual es; sólo porque ya lo implica el mero hecho de ser y existir. Por eso es importante comprender que cuando alguien se comporta de esta manera, aunque parezca derrochar seguridad, confianza y fortaleza, en realidad se siente rota por dentro, insegura y vulnerable y con una desmesurada necesidad de aprobación en algún sentido que nunca termina de estar satisfecha. Una vez alcanzado ese logro, se buscará otro y así sucesivamente porque lo contrario provocaría frustración y sufrimiento y haría más evidente el gran vacío que provoca la falta de amor incondicional por uno mismo.

Competir constantemente por ser mejores o estar por encima de otros, lejos de lo que a veces podamos pensar, no nos aportará paz ni equilibrio, porque sólo el amor por uno mismo y la tranquilidad de la autoaceptación, puede aportarnos tal cosa.

Raquel García García

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Sobre dualidades y extremos.

dualidadLa experiencia me ha enseñado que ningún extremo contribuye de forma directa a nuestro equilibrio o paz interna. Dentro de todos nosotros, existe “polaridad”, es decir, todos somos flexibles y rígidos, vagos y activos, etc. al mismo tiempo. Todas las posibilidades están a nuestro alcance y somos nosotros mismos quienes elegimos un camino u otro, o incluso ambos a la vez, pero a veces, solemos tender mucho más hacia un lado de la balanza que hacia el otro. Resultado de esto son, por ejemplo, ciertas actitudes contradictorias como personas que sienten una gran ansia por la perfección y que son tremendamente autoexigentes y, en cambio, hacen cosas que les llevan directamente al otro extremo. Por regla general cuando uno tiende mucho hacia un extremo, es porque hay algún vacío manifestándose en el otro lado. Una persona autoexigente y perfeccionista, suele tener instalada una creencia de no merecimiento, de no valer lo suficiente y de alguna manera persigue subsanar esa creencia siendo lo más perfecta posible. Esto sólo puede conducir a la frustración y a la autodecepción, porque obviamente, la perfección como tal no existe y, desde mi punto de vista, es un concepto totalmente subjetivo y sujeto a percepciones.

¿Nunca habéis conocido a alguna persona extremadamente preocupada por su salud y que en cambio llevaba un estilo de vida nefasto para mantenerla?

Tal y como yo lo siento, las actitudes que mejor contribuyen a nuestra paz interna son aquellas que comprenden y aceptan que tenemos esa dualidad dentro de nosotros y que lo más saludable suele ser permanecer en un punto de equilibrio entre ambos polos. En algunas ocasiones tenderemos más hacia un lado que hacia el otro, pero quedarnos estancados en uno de los dos extremos no hará más que encasillarnos y encorsetarnos en roles autoimpuestos. Por otro lado, he aprendido que el hecho de darnos cuenta de que estamos instalados de esa forma en algún extremo de alguna balanza, puede convertirse en una gran herramienta para llegar a un más profundo autoconocimiento que nos llevará a indagar sobre lo que está ocurriendo en nosotros, es decir, si detectamos que estamos metidos de lleno en un rol extremista, podemos preguntarnos por qué estamos ahí; qué carencias o creencias limitantes nos están llevando hacia ese lugar y nos están impidiendo movernos de ahí y avanzar.

Un extremo puede señalarnos una carencia y convertirse en una preciosa perla de sabiduría; un escalón más para cambiar algo que no nos aporta equilibrio en nuestras vidas, si nosotros así lo entendemos y nos disponemos a encontrar ese tesoro.

Todo puede ser bueno o malo, abundante o escaso, positivo o negativo, según la percepción que tengamos de ello. Los absolutos no existen por sí solos en un mundo hecho en una maravillosa escala de grises del que nosotros formamos parte y que, afortunadamente, también habita en nosotros.

Raquel García García

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Sobre la rabia contenida.

la-rabiaLa rabia contenida es una de las emociones que más capacidad tiene de hacernos enfermar tanto física como emocionalmente. La ira, como toda emoción, tiene su función básica, pero cuando no somos capaces de expresarla de forma asertiva y nos agarramos a ella durante largo tiempo, empieza a perder su carácter adaptativo para transformarse en un sentimiento altamente tóxico.

Es cierto que no siempre tenemos la oportunidad de deshacernos de esa rabia de la manera que nos gustaría. No se trata tampoco de canalizarla a través de la agresividad verbal o física, pero sí que podemos encontrar modos más adecuados y respetuosos de expresarla o canalizarla.

La mayoría de nosotros acumula tensión, rabia y frustración porque o bien no sabe cómo expresarlos o siente que no puede hacerlo debido a las circunstancias o a que se cree incapaz de llevarlo a cabo. Se nos ha enseñado que no está bien enfadarse; que expresar nuestro enfado es algo negativo. Pero esto no resulta nada adaptativo, ya que tragarse este tipo de emociones y guardarlas dentro en lugar de liberarlas, sólo hará que una bola negra crezca en nuestro interior y nos coma por dentro.

Se puede expresar la ira de muchas maneras que no tienen por qué pasar por una postura defensiva de ataque al prójimo. Si tenemos la oportunidad, podemos intentar expresarle nuestros sentimientos a la otra persona de una forma asertiva; sin atacarle, agredirle o alzar el tono, simplemente con la intención de hacerle saber cómo nos sentimos. Esto resulta altamente liberador porque de esta manera, no sentiremos que nos estamos saltando a la torera nuestros derechos por complacer al otro/a o por miedo al menosprecio.

Si por cualquier circunstancia no tenemos la oportunidad de hacerlo así (puede que esa persona ya no esté con nosotros, por ejemplo), podemos escribir una carta en la que expongamos todo lo que sentimos, o expresarlo mirando al espejo como si tuviésemos a esa persona delante. Podemos también usar técnicas de visualización, imaginando que esa persona se pone delante nuestra y dialogamos con ella. Hay múltiples herramientas que podemos usar, incluso si sentimos que lo necesitamos, podemos pegarle a un cojín para liberar esa tensión y rabia acumuladas y después combinarla con alguna de las otras técnicas una vez que nos sintamos más tranquilos para trabajar el perdón. Lo importante es no permitir que esa ira se enquiste dentro de nosotros y nos vaya ensombreciendo día a día.

A veces nos enfadamos y como no somos capaces de expresarlo, esa emoción de ira se queda guardada ahí dentro horas, días e incluso meses después del incidente que lo ha provocado. Sentimos que no somos capaces de quitarnos esas sensaciones de encima y empiezan a aparecer síntomas como tensión muscular, cansancio, depresión, dolor de cabeza, de garganta o ansiedad. Si en unas horas o días, esos sentimientos guardados son capaces de provocar esa sintomatología…¿os imagináis que podría provocar una rabia reprimida durante años?

Cuando hablamos del autocuidado, no sólo hemos de contemplar el ejercicio físico y una dieta saludable. El cuerpo está ligado a la mente y, por tanto, a nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Todo lo que nos afecte psicológicamente acabará también afectándonos a nivel físico. Por eso, cuando te enfades, intenta expresarlo del mejor modo posible y una vez hecho esto, cambia la frecuencia de tus pensamientos a una vibración más positiva. Suele pasarnos que después del incidente, lo pasamos una y otra vez como si fuese una película en nuestra cabeza, analizando lo acontecido repetidas veces. Es por eso que no somos capaces de liberarnos de esas sensaciones y aparecen los síntomas citados anteriormente. Evitar hacer esto, centrando nuestra atención en el presente o en circunstancias más positivas, romperá el patrón de nuestros pensamientos cambiando, como consecuencia, nuestro estado de ánimo y haciendo que dejemos atrás lo ocurrido, al menos, hasta que podamos ponerle una solución.

Cuando albergamos a la rabia, la mimamos, la cultivamos y la regamos para que crezca dentro de nosotros (a veces de manera inconsciente), estamos tejiendo una telaraña de color muy oscuro en nuestro fuero interno que no hará más que volverse en nuestra contra y hacernos enfermar, así que sería positivo entregarnos a la autoobservación y a la introspección una vez que algún hecho que haya provocado nuestro enfado haya acontecido y empecemos a conocer cómo gestionamos nuestra ira y qué pasa dentro de nosotros tras este tipo de episodios.

Recuerda que la rabia contenida nos esclaviza y el perdón nos hace libres. Ámate y respétate.

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