A diferencia de lo que muchos piensan ser feliz no es sinónimo de una vida perfecta. Muchas personas cuando ven a alguien sentirse bien en su cotidianidad piensan que es porque tiene todas las parcelas cubiertas en su vida, porque tiene aquello que ellos tanto ansían y está libre de preocupaciones, pero esto no es una realidad. Todos tenemos «cadáveres en el armario», unos más y otros menos pero todos tenemos cosas y que alguien se muestre satisfecho tiene más que ver seguramente con su modo de percibir la vida y de gestionar esos vaivenes que con la perfección.
No vamos a negar que tener ciertas cuestiones más o menos resueltas nos aporten tranquilidad, es decir, a todos nos deja más calmados saber que tenemos, por ejemplo, una economía saneada, una casa confortable que habitar o una buena salud.
Pero, más allá de lo básico, siempre hay algo que trabajarse o aprender y cómo tú seas capaz de tribular esas aguas es lo que determina cuántas veces sonríes al día. La perfección no existe y la sonrisa y el bienestar no están supeditados a vivir como en una teleserie americana sino que se basa más bien en comprender que la vida, es más el camino que la meta, en conocerte y en saber obtener aprendizajes. ¿Cuánto quieres esperar para estar en paz?
Con amor,
Raquel García García