La vida es un viaje de encuentros y desencuentros; de idas y venidas, por eso es tan importante aprender a decir “hola” y “adiós”. A muchos de nosotros nos cuestan más las despedidas que las bienvenidas y a otros esas marchas les provocan tanto dolor que acaban por no querer decir un hola profundo nunca más. Desapego no significa abandono, al igual que amor no ha de significar dependencia. Se puede aprender a amar en libertad, a decirle al otro “te quiero pero con la puerta abierta”, en eso consiste precisamente el desapego. Cuando alguien decide irse de nuestras vidas resulta doloroso y entonces tenemos que entrar en una fase de duelo, pero ese duelo es sano y natural. Sentimos el dolor de la pérdida y luego lo superamos para dejarlo marchar y seguir nuestro camino; un sendero en el que seguro habrá nuevas y cálidas bienvenidas. Si ese duelo no se pasa; no se vive; no se afronta, no podremos recibir a nadie más, al menos no desde lo más profundo de nuestro SER; no de una manera incondicional, porque ese duelo enquistado se habrá convertido en un bloqueo de nuestro corazón y nuestra alma; en un miedo; en un lastre en nuestras vidas. No seremos capaces entonces de entregarnos de verdad, de dejarnos llevar, de entrar de lleno en las circunstancias de ese presente del que esa nueva llegada forma parte; viviremos con ese adiós clavado en el alma, arrastrando esa carga del pasado.
La vida está llena muerte y nacimiento. Con cada cambio se produce una pequeña muerte (un “adiós” a algo que termina) y un pequeño nacimiento (un “hola” a una nueva situación); por eso es tan importante que aprendamos a decir “hola” y “adiós” y a tomar el desapego como una actitud de vida. No podemos pasar nuestra existencia escondiéndonos detrás de personas, situaciones, hechos o incluso objetos para protegernos. Somos válidos por nosotros mismos; somos individuos y todas las personas que pasen por nuestra vida lo hacen por algún motivo, pero también han de ser libres de marcharse si algún día ya no desean estar, al igual que también nosotros podemos decidir despedirnos si no queremos permanecer ahí y aunque nos duela, podemos seguir viviendo, porque siempre nos tendremos a nosotros mismos, que es lo único fundamental; aquello sin lo que de verdad no podemos vivir en paz.
Es cierto que nada es casual, que la mayoría de las veces la buena suerte se crea y que nosotros somos los productores de nuestras circunstancias, pero interactuamos también en el camino con energías que provienen de otras vidas, de otras personas e incluso de la naturaleza y del Universo; eso hace que no podamos controlarlo absolutamente todo y que no todo salga como a nosotros nos hubiese gustado o como esperábamos. La vida no se puede planear al milímetro; está llena de cambios, de giros bruscos, de encrucijadas, que seguro han tenido que suceder así porque era eso precisamente lo que tenía que pasar para que nosotros aprendiésemos algo, pero que en ese momento sentimos que se escapa a nuestro control. Por eso también es importante dejarse llevar, asumir y aceptar; de experimentar la confianza en el proceso de la vida; de la rendición al momento presente. Quizás en ese momento no puedas cambiar tu situación de vida, pero lo que seguro puedes manejar es tu manera de afrontar las circunstancias y ahí es donde entra nuestro papel de directores de nuestra propia película, de creadores de nuestro guión.
Por eso es importante comprender que a veces es necesario despedirse de alguna actitud, hecho, situación o persona y dar la bienvenida a lo nuevo. Tendremos que hacerlo muchas veces a lo largo de nuestro camino.
El desapego no significa no poder amar, no poder entregarse a algo o a alguien, pero tampoco amar significa depender de ese algo o ese alguien. No por entregar mi amor tengo que perder mi libertad y mi autonomía; no por decir “adiós” soy mala ni irresponsable y no por “desapegarme” tengo que abandonar a esa persona o a ese alguien. Existe otra opción que es, como hemos dicho, amar en libertad; amar por el simple hecho de sentirlo así, sin esperar nada a cambio, sin necesidad; amar con la puerta abierta, entregar nuestro amor incondicionalmente sabiendo que esa persona o circunstancia puede decidir marcharse cuando desee y saber que tendremos que aceptarlo así, afrontar nuestro dolor y seguir con nuestras vidas, así como que nosotros mismos somos libres de decidir marcharnos también y esa otra persona tendrá que aceptarlo de la misma manera. Ese es el verdadero amor incondicional. El apego, agarrarse a algo o a alguien con todas nuestras fuerzas no implica que esa persona no vaya a querer escaparse; porque cada uno de nosotros ha de decidir lo que hacer con su vida y en qué lugar desea estar.
Aprender a decir “hola” y “adiós”, comprender que este proceso forma parte de la vida, es aprender a dar la bienvenida a la vida y al amor y despedirse del miedo. Al fin y al cabo, la propia vida comienza con un gran “hola” cuando aparecemos en escena y un gran “adiós” cuando se baja el telón.
Raquel GARCÍA GARCÍA