«Todo lo que nos irrita de los demás, puede conducirnos a la compresión de nosotros mismos». Carl G. Jung.
Decía Wayne Dyer en una entrevista en tono casi humorístico, que, para él, nuestras «almas gemelas» eran precisamente aquellas personas que más nos hacen saltar porque son precisamente ellas las que más nos hacen aprender sobre nosotros mismos. Yo diría que estas personas por muy molestas o tóxicas que podamos creer que nos resultan son, en realidad, nuestros mejores maestros porque nos plantean grandes retos y es ante estos, que salen partes de nosotros mismos que incluso a veces desconocemos. Eso no quiere decir que haya que mantener a esas personas a nuestro lado pase lo que pase, ni que haya que apoyar todos sus actos, sino que es fundamental que sepamos que están ahí, que han aparecido en nuestra vida, para aportarnos alguna lección y que es importante que capturemos ese aprendizaje para nuestro crecimiento progresivo. Que decidamos que se queden o no ya dependerá de otros factores como la valoración de lo que pueden o no pueden aportarnos y si eso es favorable para nuestro equilibrio y para nuestro camino de aprendizaje y eso sólo lo podemos decidir nosotros mismos. Si miramos y preguntamos a nuestro más profundo SER siempre obtendremos la respuesta, pero hay que estar muy atentos y conectados con el mismo. Lo fundamental es comprender que todo tiene un por qué y que estas personas que tanto nos ofuscan han aparecido por algún motivo necesario para nuestro crecimiento. Todo ocurre por algo. Siempre que alguien que produce algún efecto de ese tipo en mi aparece en mi vida, intento analizar qué es eso que tanto me molesta de esa persona, o qué parte de su actitud me hace reaccionar así o sentir rechazo y siempre encuentro algo que me lleva a un mayor aprendizaje de mi misma, ya sea porque en el comportamiento de esa persona haya algo, aunque sea un atisbo, de algo que no me gusta de mi misma, o porque su actitud haya supuesto un reto de difícil superación para mi persona o incluso porque me haya llevado a conocer dónde están algunos de los límites ocultos en mi subconsciente (a veces reaccionamos de un modo inesperado a como suponemos que lo haríamos en esa situación y ni siquiera llegamos a reconocernos en esa actitud). Superar duras situaciones, lejos de debilitarnos o hundirnos, puede traducirse en hacernos más conscientes y fuertes y llevarnos a un mayor conocimiento de nosotros mismos. Una vez que ese aprendizaje se ha producido y lo hemos integrado en nosotros, seremos nosotros mismos según lo que esa persona nos aporta y el grado en que consideremos que esas diferencias son salvables o «no limitadoras» para nuestro equilibrio y avance (aunque a veces nos veremos influidos por el grado de cercanía de esa persona, por ejemplo en el caso de los familiares o por ciertas circunstancias) o nuestra nueva actitud tras la lección, lo que determinará si esa persona ha de permanecer en nuestra vida o no.
Raquel García García.