A veces nos empeñamos en vivir dentro de este mundo que ya conocemos, de estas sombras en las que llevamos viviendo tantos años, sólo porque es lo familiar; es lo que conocemos; es la llamada zona de confort. Al vislumbrar la felicidad salimos corriendo; nos asustamos porque pensamos que ese no es nuestro lugar; que allí somos grandes desconocidos, y lo que deberíamos entender como un mundo de posibilidades, lo percibimos como un lugar hostil y aterrador. La tierra fértil se vuelve seca a nuestros ojos y nos resistimos a poner los pies allí. Preferimos vivir sin vida; convertirnos en seres grises vagando en una rueda de monotonía; creemos que si miramos hacía la luz quedaremos cegados por ella, pero si no nos enfrentamos a ella; si no abrimos los ojos…¿cómo sabremos que esa luz no es algo mejor? A veces incluso desacreditamos a las personas que percibimos felices y luminosas; nuestro ego no puede permitirse reconocer que, si se expone al cambio, tendrá que perder su identidad en cierto sentido; tendrá que mirarse a sí mismo a los ojos y verse de lleno. Es más fácil cerrarlos y quedarse esperando en el terreno conocido.
Los miedos no se vencen quedándose estáticos, sino lanzándose al vacío. Ese enorme precipicio que se abre ante nuestros pies puede ser nuestra mejor oportunidad para dar un paso adelante hacia una vida de mayor consciencia y plenitud.
¿Nunca os habéis sentido cómodos dentro de vuestro sufrimiento? En muchas ocasiones nos acostumbramos tanto a nuestro dolor, que incluso lo buscamos. Nos identificamos con él; es lo que conocemos y pensamos que sin él nos sentiríamos perdidos. Es lo que suele pasar cuando nos deprimimos; cuando nuestro estado de ánimo se convierte en uno de melancolía y tristeza permanente. Nos acostumbramos tanto a ello que al final nos parece que ese estado somos nosotros; que nosotros somos así y al tiempo nos empeñamos en rumiar pensamientos e ideas que nos mantienen en ese tono afectivo porque empezamos a sentirnos paradójicamente cómodos en nuestra “agridulce agonía”. Pensamos que si nos quitan nuestra manta de tristeza nos quedaremos desnudos y aún más vacíos y ¡cuánto horror nos provoca sentir vacío! Si estamos tristes al menos nos sentimos vivos. Por eso el autosabotaje; el seguir inmersos en esa situación de vida sin movilizarnos hacia el cambio; el atraer de manera inconsciente circunstancias y personas a nuestra vida que nos confirmen la idea que tenemos; que nos enseñaron hace mucho, sobre nosotros mismos; de ahí el sentirnos víctimas y a la deriva.
Pero existe otra posibilidad que es la de dar un paso; la de hacerte responsable de tus circunstancias y de tu propia vida; la de correr el riesgo de abandonar esa zona de confort que, lejos de hacernos sentir paz y equilibrio nos entierra el espíritu. No se trata de renegar de lo que es, la aceptación y rendición al momento presente (ojo, al presente y no al pasado, que fue y ya no es, ni al futuro que es aún incierto) es el primer paso, pero rendición no significa resignación y esto no hemos de olvidarlo. Es evidente que no podemos controlar todo lo que nos ocurre, porque en este mundo interactuamos también con fuerzas ajenas a la nuestra, pero lo que sin duda podemos hacer, es decidir cuál va a ser nuestra actitud ante esas circunstancias y, tan sólo modificar esto ya lo cambiará todo para nosotros en cierto modo, porque empezaremos a percibirlo de un modo diferente.
Comienza a creer en ti mismo; piensa que tú no eres tu situación de vida y que te mereces todo lo bueno. Deja de identificarte con algo que no eres; observa tus pautas sin juzgarlas y arriésgate a dar pequeños pasos hacia un mejor momento presente. Coge las riendas de tu vida; deja de ver la vida pasar a través de tu ventana y lánzate a ella; rompe tus cadenas autoimpuestas; perdona y deja el pasado en su lugar. Libérate de tu agridulce agonía y tu palacio de cristal; abre bien los ojos y da la bienvenida a tu luz. Hoy es un gran dia para empezar a hacerlo…¿te apuntas?
Raquel García García.
Qué bueno, Raquel! Y cuánta poesía para expresarlo….!!! Estupendo!! Me encanta esa caracterización de nuestra «zona cómoda» como el lugar en el que experimentamos esa «agridulce agonía», pues es cómoda pero insatisfactoria y sí, agonizamos desde que lo que llevamos allí no es vida, sino una gris supervivencia. Gracias!!
Muchas gracias, Pablo! Creo que la palabra tiene una fuerza arrolladora según cómo la utilicemos y siempre intento buscar las más apropiadas para expresar lo que quiero hacer llegar a los demás. La metáfora me resulta útil muchas veces. También me gusta escribir, así que intento expresar el fondo (que es en realidad lo más importante) con una bonita forma 🙂
Y te sale precioso!!!!
🙂
siempre he dicho que eres una buena escritora, peor cada dia que pasa y leo tus cositas, mas me gusta. sabes como llegar ala gente y es una maravilla leer cosa asi, transmite muchas energias y hace que lo que estas leyendo te lo aplikes. un beso fuerteee y te apoyo para que escribas un libro.
Gracias Susana! Te mando un beso enorme! Me alegra mucho que te haya gustado 🙂